sábado, 14 de abril de 2012

Primera entrada, Dado que la ha elegido mi priih. ¡Para ella!

Vamos con una historia de un día veraniego, allí estaba yo, observándolo, y esto fue lo que pasó:
         -Arraigó en mis entrañas suave platino, la condecoración de un caballero del haber. Unas estías gotas de lluvia lisonjera se ofertaban hacia el suelo, renaciendo la hierba a la vez que sus choques con la Tierra creaban notas de movimiento. Mi frecuencia cardiaca aceleraba su ritmo mientras gélidas corrientes atacaban mi cuerpo aposentado, posición ensoñadora, a los pies de una encina gustosa de escuchar mis lamentos y alegrías.
       Pude pensar en más de una ocasión que ese ser me entendía más de lo que la gente de mi propia especie siquiera concebía. Un guardián atento y silencioso que se extendía unos metros en el jardín. Llegué a pasar más tiempo a su lado que cabía corresponder, le leía mis composiciones líricas, mis poemas fundamentalmente, y me devolvía el gesto con bellas ramificaciones de formas suculentas. Un día mi compañero del alma prendió mediante intensas llamaradas negras, negras por el dolor que estaba sufriendo, dolor que me comunicó. Aún así ardió en silencio, ni una palabra de dolor salió de él. Pero eran calores que no podrían disminuir nuestra profunda amistad, más allá de territorio mortal. Envuelto en motas negras llevé sus cenizas al mar, arrojé sus restos al compás de mi triste cantar. En este mundo cada vez quedaban menos seres en los que confiar.
¿Habéis entendido la moraleja de la historia? Probablemente no observéis que lo que hace profunda una amistad no es las palabras de ánimo hacia otra persona. Lo verdaderamente profundo es saber acompañar con tu silencio doloroso, el profundo sufrimiento de tu amigo...

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